Segovia: Cultura abierta en tiempo de cambios
El Museo Rodera-Robles presenta en sus salas de la Casa del Hidalgo la exposición temporal ‘Segovia: Cultura abierta en tiempo de cambios’, una colección de fotos centradas en la actividad cultural de los últimos años de la Dictadura, la Transición y los primeros años de democracia, de la mano de un personaje clave en ese momento y en ese ámbito, Luis Martín González.
En la retina todavía convivían imágenes que aún hoy se nos siguen haciendo presentes entre la neblina de la desmemoria: Así, la interminable fila de seminaristas diminutos, aprendices de curilla con birrete y sotana, que caminaba con contenida algazara desde el Seminario hasta los campos de Baterías para jugar al fútbol los jueves por la tarde; la cartelera de los cines, tres sesiones los domingos, con su correspondiente calificación moral de las películas, exhibida a la puerta de las iglesias como aldabonazo a las conciencias de quienes osaran acudir a presenciarlas; en la emisora local, los acordes finales de cualquier canción de moda daban paso, a las siete de la tarde, a la retransmisión del rezo del Santo Rosario desde la iglesia de las Madres Dominicas; y, algunos días festivos, en el quiosco de la Plaza Mayor, la laureada Banda de la Academia de Artillería hacía sonar, por ejemplo, el intermedio de Bohemios, del maestro Amadeo Vives, mientras algunos chavales se dejaban las perrillas de su huelga – qué curiosa manera de denominar a la propinilla semanal que algunos disfrutaban en aquellos tiempos – en la ruleta dulce del barquillero Florentino Bertolo.
Sí. Aquellos tiempos, ciertamente… Como todos los tiempos, aquellos también eran escurridizos y se iban deshaciendo entre los resquicios del pasado mientras otros tiempos iban abriéndose paso para aparecer tras las esquinas de la incertidumbre. Pero no había una línea, una frontera que permitiera distinguirlos nítidamente. Eran, muchas veces, leves trazos en la leve línea del transcurrir, esa que, sin que nos diéramos cuenta, nos iba conduciendo hacia el futuro.
Y el futuro aquel llegó despacio. Estas viejas ciudades siempre han estado muy pagadas de sí mismas y de sus costumbres. Por eso en ellas los cambios han sido siempre si no difíciles, sí al menos laboriosos. Pero al final iban llegando. Y los usos se iban mezclando unos con otros casi sin que nos diéramos cuenta. Y en las calles, vestimentas menos solemnes y a veces provocadoramente llenas de color iban abriéndose paso entre el caqui de los uniformes de los soldados que paseaban por la calle Real antes de volver a sus cuarteles al toque de retreta. Y las radios entreveraban pequeños dramas de tres minutos en forma de copla, cantados por voces inolvidables y desgarradas, con otras canciones de nombre extranjero, como el barco de aquel marinero tatuado de doña Concha Piquer, perdido en todos los puertos del desamor. Canciones que sonaban a historias diferentes y que nos iban volviendo más optimistas acaso porque generalmente no entendíamos nada de lo que nos querían contar, que ya teníamos suficiente con lo que percibíamos a diario.
Pero íbamos teniendo ganas de comprender cosas. De saber por qué Pablo Guerrero decía que tenía que llover a cántaros. De encontrar las rosas en los mares de Aute y de descifrar las Paraules d´amor del gran Joan Manuel. Y de hablar de cosas de las que no se hablaba, porque era mejor dejarse de políticas, según nos advertían los más mayores. Y de tener un objetivo que fuera más allá de las salas de billar o las reuniones en las Congregaciones Marianas.
Y en aquel tiempo intermedio, el tiempo del tránsito, de los fulgores que se iban encendiendo para apagar oscuridades, fueron surgiendo caminos que había que andar. Y fuimos conociendo un mundo que estaba ahí mismo, pero que estaba velado por la rutina y muchas veces por la indiferencia. Y hubo gente que se echó a esos caminos, con la ilusión del que explora nuevos universos y quiere compartirlos. Y eso fue entonces, precisamente entonces, muy importante para esta ciudad.
Una de esas personas, Luis Martín González, es sin duda uno de los referentes de esta historia. Desde sus inicios en el Club Studio, a sus programas culturales y lúdicos en Ladreda 25 o a la fundación de un bar galería –Poetas- que se convirtió en un amable refugio en el que se cobijaba todo aquello que podía suponer cultura, arte, debate.
En Poetas siempre nos quedaba la palabra, como hubiera dicho Blas de Otero. Y la música. Y la pintura. Y sobre todo, la emoción de ser partícipes de una aventura inimaginable sólo unos pocos años atrás.
Fuera, en las calles, las luces iban pudiendo con las sombras y en las esquinas las palabras de amor intuidas en las canciones se volvían besos llenos de la pasión que siempre nos produce lo recién estrenado. Al final iba a llevar razón Bob Dylan: Por fin los tiempos estaban cambiando.
La exposición, realizada por Luis Martín González (Coordinación), Juan José Bueno Maroto (Montaje fotográfico) y Juan Ignacio Davía San José, Juan Pedro Velasco Sayago y Tomás Ortiz Puentes (Montaje) podrá visitarse en las salas de temporales del Museo Rodera Robles HASTA EL MES DE JUNIO. Si quiere conocer algo más sobre la exposición, puede descargarse aquí el folleto de la misma.